Lucía D.

LOS NERVIOS DEL VIAJE

HACER LAS MALETAS


EL BOSQUE


Era una mañana como todas las demás. Yo me levanté bastante temprano como siempre y me fui a desayunar. Mientras bajaba las escaleras, mi perro no me dejaba andar. Llegué a la cocina y di un par de galletas a mi perro mientras me preparaba el café. Cuando el microondas sonó, me eché un par de cucharadas de azúcar y me lo bebí. Mientras miraba por la ventana, veía a mi perro jugar en el jardín, ya que minutos antes le había abierto la puerta para que saliera a dar una vuelta. Cuando terminé de beberme el café, fui a cambiarme para salir al río, ya que me encanta ver el agua correr. Eran las nueve de la mañana y hacía poco que había salido, así que el cielo estaba anaranjado; me di un paseo por la orilla hasta que llegó la hora de comer. Fui a prepararme una ensalada con las verduras de mi huerto. Después de comérmela me senté un rato en el sofá a leer un libro. Después merendé, pero entonces, a diferencia de otros días, salí al jardín a merendar y, como siempre, le di algo a mi perro. Intenté dormir un poco a la sombra y, cuando desperté, quedaba poco para la cena, así que me hice una sopa con un filete para después. Vi un poco la tele y le di de comer a mi perro, me fui a dormir y mi perro se vino a mi habitación y se acostó a mi lado.

A la mañana siguiente estaba lloviendo y no pude salir a dar mi paseo al río así que me quedé en casa viendo la tele. De repente sonó el teléfono, fui a cogerlo y me contestó una voz ronca. Casi no era capaz de entenderla, pero no me pareció raro, ya que mi teléfono era algo antiguo y no funcionaba del todo bien. Lo poco que pude entender era algo como que debía adentrarme en el bosque si quería sobrevivir. No me lo tomé muy en serio, ya que podía ser una broma así que me fui a dormir. Por la mañana no llovía y tenía mucha curiosidad por lo de la noche anterior. Cogí mi mochila algo de comida y me fui a explorar.


BLANCANIEVES


Hacía ya varios años que maté a mi marido. Todavia necesitaba vengarme, pues su muerte no me había servido de nada, así que volví a casarme. Era un hombre maravilloso y su hija Blancanieves aún más.

Estaba deseando ver mi habitación. Lo primero que coloqué fue mi precioso espejo, me lo regaló mi madre cuando cumplí los quince años y desde entonces no me he separado de él. Unas semanas después, mi madre falleció, fue un golpe muy duro y la maldad poco a poco inundaba mi cuerpo. Estaba en mi habitación intentando asimilar la noticia y al otro lado de la habitación veía cómo el espejo se rodeaba de un aura lila y cómo de él iba apareciendo un rostro humano. Me acerqué y le pregunté: "Espejito, espejito, ¿quién es la más bella de este reino?", y me contestó: "Mi reina, usted es la más bella de este reino". Así durante tres años.

El día que Blancanieves cumplió quince años fui a preguntar al espejo de mi habitación, pero su contestación me sorprendió bastante ya que dijo que, aunque yo era muy bella, había una chica que era aún más bella que yo. Le pregunté que qué joven era esa y me contestó: "Su nombre es Blancanieves".

Yo me quedé paralizada al oír la noticia, me llenó de ira y actué sin consciencia, así que llamé al mejor de los cazadores del reino para que la matara. No recibí noticias de ellos y empecé a preocuparme. Horas después el cazador llegó con su corazón en la mano, pero no era su corazón. Algo me dijo que el cazador no la mató y que ese no era su corazón, así que decidí matarla yo misma.

Descubrí que estaba viviendo en una casita alejada del reino. Entonces cogí una manzana y la envenené. Después se lo llevé a la casita y se la di disfrazada de anciana. Volví al reino y días más tarde volví a la casita y vi a Blancanieves metida en un ataúd de cristal, así que volví al castillo. Pasadas un par de semanas me enteré de que Blancanieves había resucitado.


La bella con arco y flecha.

Cuento con perspectiva de género. 


LA ESPERA


LA VENTANILLA


MICROPOEMA


Desde la pequeña ventana

observaba los grandes árboles

al lado de las vías del tren.


EL TRASBORDO


LA PATATA FELIZ


Érase una vez un hombre que plantó una semilla en su campo. La semilla poco a poco creció. Cuando aún era pequeñita, el mismo hombre que la plantó recogió a todas las patatas que estaba a su alrededor y la pobre patata se quedó sola en el huerto. Pasó tiempo y los dueños de la casa fallecieron y la patata seguía allí triste y sola hasta que también murió.


LA POSTAL

Sonia Gara Arboleya Olivares
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